Rebajas de verano

Por Natalia Carrero

Ocupada, concentrada, estudia precios, etiquetas: marcas, procedencia, porcentaje de algodón, elastán, temperaturas de lavado. En treinta segundos se ha detenido en ocho camisas. Antes de devolverla al burro, la cuelga en el aire y entrecierra los ojos, trata de averiguar si es la talla de su hijo que crece a marchas forzadas. Un objetivo, un mensaje único determina su forma de actuar: máxima eficacia, comprar lo necesario. Que no se me pierda la tarde, es mi tiempo, ofertas, promociones, descuentos; ya lo veo, muy bien, que no me obliguen a escoger lo que colocan en mi camino. Comprar es un delito aunque se venda la idea de que es un placer. Cada vez que compro, me deprimo. Lo bonito me horroriza, me da pavor solo suponer su procedencia. Procuro mantenerme alejada de las puertas siempre abiertas de estos centros de corrupción, pero una vez al año vuelvo a encontrarme atrapada en su interior, rodeada de burros cargados de trapos, imposible ver el cielo con tanta cartelería repleta de números y sonrisas, y de repente estoy cayendo, cometiendo la compra; rozo tan peligrosamente la adicción que digo sí, lentamente, sí, quiero.

A su hijo se le ha quedado pequeña la camisa blanca del año pasado. Necesita una, mejor si no es blanca, para asistir a una celebración en casa de unos amigos con piscina. Podría ir con camiseta, pero el padre prefiere que lleve camisa y Jaime ha aceptado. A veces, manda el padre. Hay un mundo de diferencias e intenciones entre una camiseta y una camisa, por no hablar del modo de llevar una o la otra; si por dentro o por fuera, arrugada o planchada, con algún lamparón que es un recuerdo o sin algún botón porque cayó nada más adquirirla, pero ahora no puede permitirse estos desvaríos. Cumplir el objetivo es el objetivo. Debe recordar que Jaime está al lado, ya no es un perrito como cuando era pequeño y lo llevada a todas partes, siempre distraído con una golosina eterna que podía sustituirse en cuestión de segundos. Ahora la opinión del hijo cuenta.

-¿Te gusta?

Jaime enseña los brackets y su madre vuelve a asustarse. Hace cuatro días que se los han puesto y no logra acostumbrarse a la imagen de su retoño con ese mecanismo de tortura consentida que además le parece un timo. ¿Por qué tanta prisa por colocarle los dientes como a cualquier figurín de Disney?, ¿para que sonría con la misma estupidez?

-¿Te parece mejor la de cuadros?

Ahora no enseña los brackets, qué alivio que le guste.

Podría detenerse aquí, dar por zanjada la carrera. Para alcanzar la meta solo tiene que ir al mostrador y pagar, pero por inercia sigue mirando, detectando prendas posibles, de paso estudiando cortes, texturas, recibiendo información, hablando consigo misma o escribiendo en la memoria lo que de algún modo luego retransmitirá. Esta temporada mandan cuadros sobre rayas. Cuellos pequeños. Cortes fit. Importante diferencia de precio entre el algodón made in China y made in India. Made in Morocco. Turkey. Vaya, qué sorpresa. Cuando encuentra un made in Bangladesh suelta la prenda como si quemara, qué tragedia lo que pasó y se olvidó. Se pregunta cómo acabará todo esto, con quién compartirlo. Su hijo no está preparado. El padre está mandando, como buen directivo. Sus amigas se alejaron con disimulo al ver que además de no ocultar las arrugas, seguía fiel a sus principios, tan dura de pelar.

-Mamá, ¿qué significa shopalcoholic?

-Adicción a las tiendas. Hay quien se engancha al alcohol, a las drogas, y hay quien necesita comprar de forma compulsiva y lo gasta todo en trapos, coches, joyas, incluso el dinero que no tiene. ¿Por qué la pregunta?

-Mira.

NO SOY SHOPALCOHOLIC. ESTOY AYUDANDO A LA ECONOMÍA.

Menudo cartel. ¿Cómo responder, cómo soltar de forma pausada y comprensible todo lo que se le agolpa, casi le atraganta? Pausa, respira, por supuesto, se lo contará del mejor modo posible. Pero antes deben salir de aquí. ¿Dónde está la caja?