Warning: Constants may only evaluate to scalar values in /furanet/sites/microrevista.com/web/htdocs/wp-content/plugins/easy-fancybox/easy-fancybox.php on line 40

Warning: array_key_exists() expects parameter 2 to be array, string given in /furanet/sites/microrevista.com/web/htdocs/wp-content/plugins/easy-fancybox/inc/class-easyfancybox.php on line 208

Warning: Illegal string offset 'classic' in /furanet/sites/microrevista.com/web/htdocs/wp-content/plugins/easy-fancybox/inc/fancybox-classic.php on line 303

Warning: Illegal string offset 'classic' in /furanet/sites/microrevista.com/web/htdocs/wp-content/plugins/easy-fancybox/inc/fancybox-classic.php on line 309
Una educación lectora (bajo el sol)

Una educación lectora (bajo el sol)

Por Eduardo Laporte

Empecé a leer en serio en verano. Fue un agosto de 1986, en Salou, cuando me metí entre pecho y espalda El mago de Oz, mi primer libro chispas de verdad, sin dibujos o casi, en esa serie naranja de Alfaguara de títulos memorables. Tenía siete años. Antes de esa colección naranja, con la que me acostumbré a leer casi a diario, antes de dormir, le pegué mucho al cómic. Recuerdo leer a Superlópez, también en verano, cuando apenas sabía leer y ni siquiera conocía el funcionamiento, simple pero no tanto, de la lectura del cómic: empezaba en la página la izquierda y seguía, viñeta a viñeta, horizontalmente, hasta la de la derecha. Entre que mis capacidades de lectura se estaban aún cociendo y ese mal procedimiento mío se me quedaba un caótico refrito argumental en mi pequeño cerebro lector. Me hice entonces la idea de que el mundo era más complicado de lo que en realidad es (que tiene su miga, pero tampoco nos pasemos).

superlopez

Antes de aquella puesta de largo en mi biografía como lector, insistí en esos cómics de Bruguera, que luego fueron de Ediciones B y Grupo Zeta, divertido juego de letras. Tenía mis preferencias al respecto y, al igual que he preferido Nintendo a Sega, la Coca-Cola a la Pepsi, el Cola-Cao al Nesquik, fui más de Zipi y Zape que de Mortadelo y Filemón y más de Tintín que de Asterix. Recuerdo hacerme marcas rojas en los muslos tras las largas sesiones de lectura en ese reducto de paz y blanca soledad que es el váter.

Fueron lecturas previas a la lectura de verdad, esa que llegó con la citada serie naranja de Alfaguara:  Charlie y la fábrica de chocolate, James y el melocotón gigante, Las brujas, Momo, La historia interminable (que en efecto no terminé), Cuando Hitler robó el conejo rosa, Rebeldes, las entregas del pequeño Nicolás y otro cuyo título no recuerdo pero que hablaba de un mundo mágico donde todas las horas eran la hora del amanecer (y que gustaría mucho a algunas usuarias de Facebook que yo me sé). Una colección naranja que nos regaló mi tía Te, anárquica, caótica, rebelde, pero que hizo más por nuestra educación lectora que miles de horas de vuelo escolar.

cuando-hitler-robo-el-conejo-rosa-judith-kerr-edalfaguara_MLA-F-4065695883_042013

Recuerdo esa lectura de verano, El mago de Oz, del que Google me chiva que lo escribió Lyman Frank Baum, una especie de Tolkien para niños (si es que Tolkien no es para niños) que murió en el Hollywood de 1919. La recuerdo porque hubo un antes y un después en esa pequeña gesta, de parecida sensación al primer polvo, esa cosa de entrar en el saco de “los que han follado”. Los Que Han Leído. Y seguirán leyendo, y seguirán follando, porque las ganas de esto y lo otro son infinitas, según este artículo de una revista que no es esta.

Había leído libros de El Barco de Vapor y puede que alguno de Elige tu propia aventura, pero nada parecido a aquella entrada por la puerta grande en el mundo de la literatura: El mago de Oz, doscientas páginas o así.

En el mismo lugar, ese Salou a salvo todavía de la barbarie británica, devoré en un fin de semana de agosto de 1993 la reedición de ¡Viven!, de Piers Paul Read, cuya adaptación a película lo había convertido en cierto fenómeno cultural del momento. Aquel subtítulo el triunfo del espíritu humano, tenía algo de épico-seductor para un adolescente que empezaba a fumar a escondidas y que ya tenía en su bagaje las bravatas de El corsario negro.

 viven

Eran libros para leer en verano, saciaban esa sed de aventuras que uno tenía dentro. “Me gusta el mar y la aventura”, dije en sexto de EGB cuando la profesora de religión nos pidió una pequeña descripción de nosotros mismos. Todavía hoy enrojezco de vergüenza al recordar esa soflama, a la que siguió un incisivo uuuhhh de mi compañero de pupitre.

Esas lecturas fueron forjando un yo aventurero, aunque lo fuera de papel, que luego dio paso a otro yo más filosófico existencialista, que se miró en el espejo de los libros que fueron cayendo, también en verano, con La familia de Pascual Duarte, que leí en el Bournemouth de 1994, como transición definitiva hacia la ficción literaria. Mi primera novia me regaló Demian, de Hermann Hesse, sin que yo hubiera escuchado hablar antes de ese señor alemán, tan cacareado décadas antes. Fue en el verano de 1995, en el que cayó también El mundo de Sofía, que leí enterito y me provocó un gran clímax al final aunque no supiera exactamente por qué. Era el tiempo en que aún creía en los filósofos, antes de dar con aquella sentencia del Umbral de La noche que llegué al café Gijón: “Los filósofos son unos seres que describen su mundo subjetivo desde su rincón (aprox.)”.

demian

Me gustó ese Demian, pero mucho más un Bajo las ruedas, también de Hesse, que leí en un veraneo de interior, en provincias de secano, sin amigos para ir a la piscina o que estos te dan pereza. Fueron lecturas profundas, graves, pesimistoides, prebarojianas, como el Crimen y Castigo de Dostoievski o El extranjero de Camus, que trasegué en el verano parisino de 1999, sin saber que Meursault no era un héroe sino un derrotado. También fulminé, ese verano, París era una fiesta, años veinte escritos desde la nostalgia de un presuicida en La Habana.

Se abrió el periodo de GLV (Grandes Lecturas Veraniegas), con las que gocé y vibré porque aún no había llegado a “aquella edad en que la certeza caduca”, que canta Jorge Drexler. El obrón de Dostoievksi, que leí cuando aún era un adolescente imberbe que se creía feliz, pero también Cien años de soledad, La colmena (esta la abandoné sin remordimientos), El Quijote y La educación sentimental de Flaubert, que me abrió a un mundo de sensualidad y me invitó a abrazar la libertad, la soltería, a huir de la burbuja provinciana.

 summertime-coetzee

¿Y ninguna mujer, Eduardo? Otro verano, en 1997, también en París, me quedé varias madrugadas leyendo Donde el corazón te lleve, de Susanna Tamaro. Y otro verano, Rosa Montero me descubrió que los escritores son, o somos, gente que lleva una doble vida, pero mental, disociada: La loca de la casa.

Los veranos se fueron convirtiendo en ese fin de semana del año en que uno relaja la carga de actividad pero también aprovecha para afilar el hacha. Fui creciendo con mis lecturas y transité por la fantasía, las aventuras, la filosofía, la gran novela decimonónica hasta llegar a esa ficción contemporánea entre nihilista, egocéntrica, irónica: Plataforma y El mapa y el territorio de Houellebecq. Descubrí que me gustaba leer a ciertos autores más por una afinidad personal hacia ellos, Auster, Vila-Matas, que por el brillo de sus obras. Me di cuenta de que disfrutaba cuando contaban, literal y literariamente, su vida, a través de una mirada particular y estética. Y así caí en los diarios de Iñaki Uriarte, un caladero autobiográfico para quedarse un buen tiempo con un par de vinos, o en los Relatos autobiográficos de Thomas Bernhard, julio de 2009. Como también me quedé, en el verano de 2010, en Verano, de JM Coetzee, esa vuelta de tuerca de la autoficción con la que el sudafricano ganó un lector vitalicio, por su capacidad de abrir nuevos ángulos sobre uno mismo, en las antípodas del postureo y del lugar común. Apareció entonces un guardián entre el centeno para decirme: “Aquí acaba tu novela de aprendizaje sobre la lectura”. Y llegó el otoño, con sus proyectos.

 

 

Share Button

Sobre Eduardo Laporte:

Nació en Pamplona en 1979. Es periodista cultural para las páginas de Vocento y ha publicado en papel textos literarios que nacieron en un blog ('postales del náufrago digital') y un libro de duelo, 'Luz de noviembre, por la tarde', con Demipage Editorial. En abril de 2013 presentó sus andanzas cubanas en 'habana 2009' y pronto verán la luz nuevos proyectos. Vive en Madrid desde 2005 y odia hablar en tercera persona de sí mismo.

.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Realice la operación de verificación * Time limit is exhausted. Please reload CAPTCHA.

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para el uso de este recurso.

ACEPTAR
Aviso de cookies