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Wilfredo Prieto y la metáfora recurrente

Wilfredo Prieto y la metáfora recurrente

Por Miguel Ángel Serrano

No sin cierta diversión, trufada de hastío, asisto al escándalo provocado por la obra de Wilfredo Prieto en ARCO. Prieto es hombre empeñado en la busca, como todo artista. Pero no está tan claro el objetivo de esa pesquisa. Parecería que está intentando lograr un despojamiento de la significación connotada del lenguaje, también de la semiótica de la imagen, pero algo no cuadra en la operación, y trato de explicarme. Ha causado división de opiniones, que van desde la rendida admiración picaresca por su capacidad de “vender aire” hasta la indignación conservadora del “¿pero esto qué es?”, pasando obviamente por algunos análisis algo más profundos.

La obra de Prieto se basa en una simplicidad, que no simpleza, que trata de elevar mediante una operación metafórica encubierta y negada algunas realidades que a observadores desatentos pueden pasárseles por alto. Como él mismo indica, su obra surge de la experiencia cotidiana. Sin embargo, se apoya para ello en prestigios prestados, pues si lo hizo Duchamp… Algo es arte porque el artista así lo determina.

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Esto es tramposo, porque pone en el declarante capacidades demiúrgicas un tanto coercitivas: del mismo modo, yo puedo afirmar lo contrario y será un careo de prestigios en el que sin duda el del artista (y el mercado que le rodea y arropa) tenderá a salir victorioso. Ferran Barenbilt narra en su texto para el catálogo de la exposición de Prieto “Amarrado a la pata de la mesa” cómo una agente de aduanas le hace pagar por una pieza del mecanismo de una obra de arte que es simplemente una realización industrial: el comisario puede determinar, en su museo, que algo es arte, pero no puede entonces negar el etiquetado más conveniente al aduanero en su reino. Conclusión: pagó tasas por una obra de arte, no un mecanismo en serie.

La constitución del artista como operador económico le conduce, sin embargo, a su propia trampa: los coleccionistas son también inversores y exigen un mantenimiento de la posición auto-conferida que ha colaborado al incremento de precios en el mercado y por tanto al posible valor futuro de la inversión. Prieto, como tantos otros, con Hirst a la cabeza, corre el riesgo de convertirse en un valor sometido a las tensiones del mercado, y a veces no será la obra, sino el discurso (y cierta capacidad teatral) la que sostenga el delicado equilibrio de un castillo de naipes construido con papel biblia.

Todo en el mercado responde al binomio escasez-posesión como frontera (lo que tengo yo no lo tiene otro, como explica soberbiamente Deyan Sudjic hablando de coleccionismo). A Hirst se le critica cierta serialización de taller porque eso puede hacer que bajen los precios de lo ya vendido, que necesita de la escasez para sostener el rango del valor de intercambio. La escasez, rareza en suma, puede verse también apoyada por la rareza del artista. Post hoc ergo procter hoc, probablemente.

Es el problema inherente al arte conceptual, por otro lado, que exige una carrera contra sí mismo para lograr la extrañeza de la desubicación. Que esto no es una pipa ya quedó claro, y que Duchamp nos descolocó a todos con su urinario también. El peligro está en que la ironía se desliza con cierta facilidad hacia el sarcasmo.

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Con todo, Prieto, en sus operaciones de despojamiento, siendo probablemente la más notable de todas “Apolítico” (un desfile de banderas nacionales privadas de sus colores), alcanza ese umbral de extrañeza que rodea y enmarca muchas propuestas del arte moderno.

La capacidad adictiva de la boutade es un peligro, pero, dado que la constituyencia del artista como demiurgo es una operación mediada por el comercio, es el aparato mercadotécnico (catálogos, marchantes, galeristas) el que producirá las correspondientes defensas. Ahora bien, la literalidad buscada por ese despojamiento es una operación retórica apoyada en herramientas de disminución (apócopes del significado), pero retórica al fin y al cabo. La denotación pura que según Ferran Barenbilt trata de evitar toda metáfora en alguna obra de Prieto es una trampa: si bien es cierto que la neutralidad intencionada de la obra permite el poso de capas de significado, la propia operación se convierte en metáfora al insertarse en el circuito del dinero y el mercado, puesto que se ofrece precisamente como actante en el debate sobre la función del arte.

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Que el significado es adornado, exornado y definido por el receptor no es puesto en duda ni en el caso de los libros. La nada connotativa propuesta por Prieto es también rea de una interpretación literal: nada al fin. “Pan con pan”, una de sus obras, puede leerse (y valorarse) como algo sin poder metafórico, pero en ese caso la inserción en el mercado y el circuito del dinero negaría su condición en cuanto se traspasase el umbral del valor de uso, que no de cambio, del objeto.

Una última nota sobre su obra “Vaso de agua medio lleno”, de 2006, literalmente eso y del que el propio galerista afirma que no es una obra de arte, sino que lo es el certificado del artista. A vanas potencias y soberbias del alma, apunto tan solo que el vaso siempre está en tendencia de estar medio vacío, simplemente en aplicación de la entropía de la evaporación. Y así están algunos discursos del arte, en aplicación del vaciamiento connotativo, que no deja de ser entrópico.

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Sobre Miguel Ángel Serrano:

Miguel Ángel Serrano (Madrid, 1.965) es novelista, ensayista, poeta y crítico. Obtuvo el Premio José María de Pereda de Novela Corta del Gobierno de Cantabria con Tango, su primera novela, a la que le seguirían Jardín de Espinos y El Hombre de Bronce. Fue además finalista del Premio NH de Relatos con El Veneno del Profundo Pesar. Es también autor del ensayo histórico La Ciudad de las Bombas: Barcelona y los Años Trágicos del Movimiento Obrero y del libro de poemas Un presagio.

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