Entrevista a Juan Aparicio Belmonte

Por Lorenzo Rodríguez Garrido

Reinventarse a partir de los 40 es una broma de mal gusto

 

Esta entrevista se complementa con una reseña de Juan Gómez Bárcena sobre Un amigo en la ciudad.

 

Sigo la trayectoria de Juan Aparicio-Belmonte (Londres, 1971) desde que con Mala suerte (2003), su ópera prima, hiciera doblete con el Premio de Narrativa Caja Madrid y el Memorial Silverio Cañada, otorgado este último por la Semana Negra de Gijón. Después llegarían más títulos (López, López, El disparatado círculo de los pájaros borrachos, Una revolución pequeña, Mis seres queridos) y más premios (Lengua de Trapo de Narrativa y Bubok de creación literaria) acompañados por el aplauso de la crítica.

Belmonte es uno de los narradores más imaginativos y personales de nuestras letras. Una y otra vez excava en la mina de sus obsesiones para contarnos, mediante un estilo expresionista y una mirada lúcida, irónica, no exenta de mala leche, las contradicciones que nos atenazan desde que nos levantamos por la mañana a preparar café y, ya de paso, arrancarnos unas cuantas sonrisas. Regresa con Un amigo en la ciudad, su novela más dura y, posiblemente, de mayor vuelo literario.

El germen de Un amigo en la ciudad fue una serie de entregas publicadas en un medio digital que guardaban parentesco con la novela que hoy tenemos en las manos.

Algunas líneas de esta novela guardan parentesco con aquellas entregas, sin duda, que son de hace cuatro o cinco años, pero el resto de la novela, casi el noventa por ciento, no tiene nada que ver con aquello. Más que nada, porque Un amigo en la ciudad es una novela y funciona como tal, y aquellos textos no. Aunque, sí, puede que conserve su espíritu.

Es tu novela más madura, también la más áspera, la menos astracanada de todas, por decirlo de alguna manera. Continúas un camino que parece iniciarse en Mis seres queridos (Alfaguara), tu trabajo anterior.

Astracanada es un término con el que difícilmente puedo estar de acuerdo, más que nada porque me parece peyorativo. Tengo otro concepto de mis anteriores novelas, seguramente porque uno siempre tiende a pensar que lo que hace es más importante de lo que realmente es. Esta es mi novela más madura porque voy cumpliendo años y tengo más experiencia, y eso se nota, claro, pero no creo que se diferencie tanto de las anteriores novelas, en el sentido de que siempre intento narrar el mundo en el que vivimos en clave crítica. La próxima será todavía más madura, y la siguiente ya ni digamos. ¿Mejor? No lo sé.

Se ha mencionado a Philip K. Dick como una de las posibles fuentes que te han influido a la hora de escribir esta historia. Yo también veo a Kurt Vonnegut (el propio narrador lo menciona), en concreto su Matadero 5.

Como dijo una vez alguien con bastante razón, a uno le influyen los autores que ha leído y los que no ha leído, así que pudiera ser, porque a Dick lo he leído, aunque no tanto como pudiera parecer. Pienso más en Vonnegut, sin duda, que es quien influye sobre todo en el narrador de la novela, como él mismo señala en alguna parte de la misma, más incluso que en el propio autor. Siempre intento, en cualquier caso, eludir cualquier influencia que me parezca demasiado evidente, como si tratara de obviar todo lo que he leído para ver qué surge de mi propia inventiva. A partir de ahí, los lectores, incluso uno mismo como autor, pueden descubrir influencias inesperadas y hasta improbables. Algunos lectores cualificados me han hablado de Robert Walser o del Herzog de Saul Bellow, por ejemplo.

En la segunda parte la trama da un giro que, a mi modo de ver, sostiene toda la novela.

La novela no funcionaría si faltara alguna de las dos partes: la primera, más larga, narra el proceso de paulatino extrañamiento del protagonista, su perplejidad creciente y las aventuras que surgen a partir de esta situación, sus conflictos con el entorno familiar y laboral y con la propia vida en la ciudad, que en ese momento festeja con enorme alegría —que contrasta con el desasosiego del protagonista— la consecución del mundial de fútbol. Luego hay una segunda parte que es como un largo epílogo, más compleja tal vez, que da sentido a todo lo anterior y que sí, coincido contigo, hace que la novela cobre un vuelo que de otro modo no tendría.

Supongo que lograr la mirada del protagonista, ese ‹‹paulatino extrañamiento›› del que hablas, no habrá sido fácil.

La mirada del personaje no me ha resultado particularmente difícil de lograr, la verdad, estaba ya en aquellos textos que escribí hace cuatro o cinco años. Más difícil ha sido estructurar la novela, darle una entidad narrativa, pulir aquí y allá para que todo cuadre. Admiro las novelas que avanzan a golpes de información, o sea, con el desvelamiento de datos que provocan un cambio de perspectiva en el lector, como hacía Graham Greene con particular maestría, sin duda uno de los autores que más admiro. Me considero un autor de ese tipo, o me gustaría serlo, y eso es lo que más me cuesta conseguir, que el argumento avance de esta manera: lo intento a través de sucesivas correcciones. Es el proceso de la escritura que más disfruto, cuando realmente tengo la impresión de estar viviendo dentro de la novela, ese estado de enajenación que sustenta mi vocación. En cualquier caso, pienso que lo más valioso de mi novela es la mirada del narrador, que alterna la locura con la lucidez, más que su estructura narrativa.

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Podemos decir que Un amigo en la ciudad es hija de su tiempo, ya que la crisis que atraviesa el protagonista, un cuarentón que, al igual que toda su generación, debería estar ya completamente instalado en la sociedad, quizá sea un reflejo de las zozobras que padecemos hoy.

Puede ser. Pero la novela no es una novela sobre la crisis, es más, fue escrita antes de lo que estamos viviendo ahora. En todo caso, puede que de alguna manera refleje la sensación de vértigo o velocidad que los cambios sociales, previos incluso a la crisis actual, provocan en las grandes ciudades. Que, probablemente, mi generación esté sufriendo más que ninguna otra la actual crisis me parece una evidencia. Eso que llaman reinventarse, como alegre solución a la crisis, puede ser más o menos sencillo para quien tiene 20 o 30 años, pero ponte a reinventarte cuando ya has sobrepasado los cuarenta… Es una broma de muy mal gusto. Es una matraca para dar ánimos a los que se han quedado sin trabajo y sin horizonte… Pretenden que nos arrojemos alegremente a los brazos de la incertidumbre y la explotación (con perdón). Es insultante, indignante, en mi modesta opinión. La crisis no es una oportunidad para nada, es simplemente un empobrecimiento general de la población, en beneficio de unos pocos, y ya está. En esta situación de empobrecimiento general, mi generación de repente ha visto que no tenía suelo por debajo, que lo que daban por hecho ya no existe, que su trabajo no era su trabajo, que su sueldo no era su sueldo, que su casa no era su casa, que sus planes de futuro eran un delirio. Pero conviene que no nos equivoquemos: de esta crisis hay países que están sacando petróleo: Alemania, Finlandia, Austria… Quiero decir que los PIGS estamos pagando una política europea insolidaria a más no poder y con una lectura muy cruel y despiadada de la realidad. Una cosa es corregir fallos en las economías de estos países, y otra destrozarlos, como se ha hecho ya con Grecia.

Cambiemos de tercio, ¿te has dado cuenta de que en tus novelas aparecen siempre psiquiatras y personas tullidas?

¿Personas tullidas? No me había dado cuenta. Los psiquiatras sí, es evidente. Los psiquiatras tienen para mí la aureola de prestigio y misterio que para otros tienen los sacerdotes. Probablemente, además, la psiquiatría es una vocación frustrada. Me interesa el fondo psicológico de las personas, sus motivos profundos, tiendo a fantasear con los traumas que generan tal o cual comportamiento, y también me interesan los locos en lo que tienen de seres que nadie comprende, que apenas tienen posibilidad de curarse, pero que proporcionan una visión del mundo original que la sociedad rechaza tajantemente y, en ocasiones, con violencia. Además, creo que la novela puede ayudar a reflexionar sobre la inquietante relación que hay entre la originalidad y la locura, o en otras palabras, sobre cómo un exceso de lucidez también puede ser considerado locura. Vivimos en un mundo lleno de reyes desnudos: el problema es quién se atreve a señalarlos. Es arriesgado, porque en la realidad las historias no terminan necesariamente con el final feliz de la fábula de Andersen.

Con frecuencia te etiquetan como autor de novela negra. ¿Esta novela y la anterior son un intento de no quedarse encasillado?

Gané el premio Memorial Silverio Cañada con mi primera novela, y fue un respaldo importante para mí, así que estoy agradecido al género negro y a sus seguidores en España. Pero no planteo las novelas como piezas de una carrera literaria, las abordo de una en una y, como he dicho antes, sin pensar en mucho más. Bastante trabajo es pelear contra lo que tienes entre manos como para intentar trazar una trayectoria en función de las etiquetas que te pongan. Me ha salido así, sin crímenes ni detectives, porque no me pareció necesario decantarme por el género negro para narrar lo que quería narrar. El crimen es el conflicto supremo de la sociedad, y por eso resulta jugoso desde el punto de vista literario, pero me han interesado también conflictos más pedestres: familiares, amorosos, laborales, sin por ello renegar del género negro, claro, aunque suelo jugar con él para salirme de sus márgenes o, al menos, intentarlo. Me siento más cómodo con la etiqueta de escritor humorístico, en cualquier caso, más que nada porque a nivel personal suelo llevarme mejor con los autores humorísticos que con los serios o solemnes.

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Entrevistador y entrevistado juntos

¿Por qué crees que en España, siendo además Cervantes nuestro padre literario, tiene tan poco predicamento la literatura humorística?

El humor tiene un componente lúdico sospechoso en un país católico. Esta es la respuesta recurrente, y probablemente contiene gran parte de verdad. Ahora bien, el otro día decía Fernando Aramburu que en Alemania el público paga 10 o 15 euros por estar en la presentación de una novela y las salas se llenan, y en el Reino Unido o los países nórdicos pasa algo similar. Quiero decir que en España todo se valora menos, no solo el humor. Es un país sin lectores y sin objetividad: no hay distancia, por ejemplo, entre lo que pretenden promocionar las editoriales y lo que, de hecho, promocionan los suplementos literarios convencionales. Ni siquiera hace falta escribir para ser considerado escritor, con eso ya está todo dicho. Incluso la crítica atiende más al que sale por la tele que al que ha escrito una buena novela.

Has publicado en Lengua de Trapo, en Alfaguara y ahora en Siruela; ¿eres culo de mal asiento?

Todo lo contrario. Me caracteriza la lealtad editorial, pero tiene que ser recíproca. Es que solo se habla de la lealtad de abajo arriba, pero nunca de la lealtad de la editorial con el escritor. No te voy a contar la cantidad de colegas que se han quedado sin editorial por vender poco o no suficiente: ¿deslealtad editorial? Nadie se fija en este tipo de deslealtad. Con Lengua de Trapo, de hecho, publiqué cuatro novelas, que no son pocas. La etapa de Alfaguara la considero de transición, y en Siruela me han transmitido la impresión de que cuentan conmigo no por esta novela, sino como autor. Es importante saber que tienes cierto respaldo editorial, capaz de soportar turbulencias, porque digan lo que digan se escribe mejor desde la seguridad que desde el miedo a quedarte sin editor.

¿Podrías contarnos algo del proyecto en el que andas metido?

Ando con otra novela, como siempre, pero no me pongas deberes todavía, que acabo de sacar una.

Lorenzo Rodríguez es un joven periodista y divulgador cultural. Fue uno de los fundadores de la revista Culturamas y es director editorial de la revista Otro Lunes. Ha colaborado con varias editoriales en labores técnicas y creativas.

Su primera novela, “Mala suerte”, (2003) ganó el I Premio de Narrativa Caja Madrid, y posteriormente fue reconocida con el III Premio Memorial Silverio Cañada, que se otorga en la Semana Negra de Gijón a la mejor primera novela negra escrita en español durante el año.En 2004 apareció su segunda novela, “López López”, que continúa la línea narrativa abierta en Mala suerte: humor ácido y paródico, ecos de novela negra, escenarios urbanos y mezcla de diferentes estratos sociales. “El disparatado círculo de los pájaros borrachos”, su tercera obra larga de ficción, recibió el XII premio Lengua de Trapo de Novela. Esta novela fue elegida por el suplemento cultural de El Mundo como una de las diez mejores publicadas en español durante el año 2006.  Su cuarta novela se llama “Una revolución pequeña“. Su penúltima novela es “Mis seres queridos”premio Bubok de Creación literaria, que edita Alfaguara. Es profesor de la escuela de escritura creativa Hotel Kafka. Acaba de publicar en Siruela la novela “Un amigo en la ciudad” .

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Sobre Lorenzo Rodríguez Garrido:

Lorenzo Rodríguez es un joven periodista y divulgador cultural. Fue uno de los fundadores de la revista Culturamas y es director editorial de la revista Otro Lunes. Ha colaborado con varias editoriales en labores técnicas y creativas.

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