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Sobre el liderazgo intelectual

Sobre el liderazgo intelectual

Por Francisco Solano

Réplica al artículo “El murmullo de las ovejas”, de Recaredo Veredas, publicado en micro-revista el 24 de enero de 2014.

Sorprendido ante el silencio ―que hay que suponer silencio de aprobación―, que ha suscitado el artículo de Recaredo Veredas «El murmullo de las ovejas (o de los intelectuales)» del 24 de enero en la revista digital Micro-revista (no hay ningún comentario tres días después), no puedo resistirme a romper esa unanimidad que más bien se diría viciosa complacencia. Más que reflexivo, el artículo de Veredas es quisquilloso. Dibuja una sinuosa estela, con un extremo en el deseo de Buñuel, expresado en sus memorias, de volver de la tumba, cada diez años, para poder leer los periódicos, y en el otro la sombra alargada de Franco, de quien enaltece su «notable y apacible legado», es decir la consolidación de «una clase media satisfecha de sí misma y, sobre todo, miedosa, que bajo ningún concepto pondría en juego los objetivos alcanzados, aunque los perdiera». De ahí se deriva, según Veredas, el éxito de las políticas restrictivas de Zapatero y Rajoy. En el grueso de su artículo el autor declara que en la lectura post mortem de los periódicos Buñuel se hubiera llevado una gran decepción por la «indiferencia de los intelectuales ante el desguace de los escasos derechos de la sociedad a la que representan». Y tras una referencia a la ley de la selva que, al parecer, mueve a los creadores en su afán de «competir por un minúsculo nicho» en el mercado, descalifica in extenso el 15M porque en él no «existió un liderazgo intelectual […], camuflado en una opción asamblearia que ya ha demostrado su inviabilidad». No lo deja aquí, e igualmente reprocha que «tampoco ha existido un liderazgo intelectual en la contestación a, por ejemplo, la ley del aborto o la creciente precariedad de un sector cada día más amplio de la sociedad». Espero que estas citas sean suficientes para quien no haya leído el artículo o lo recuerde vagamente.

Tal vez, viviendo en la misma ciudad que Recaredo Veredas, yo viva en un país distinto, y qué entiende Veredas por «liderazgo intelectual» confieso que se me escapa. Pocos sintagmas me producen más sonrojo que ese enunciado. Actualmente «líder» o «liderazgo» se emplean menos en el mundo llamado de la cultura que en contextos empresariales, políticos o religiosos. Y en esos ámbitos se pronuncia con mucha saliva en la boca, producida por el acatamiento a la doctrina correspondiente, hasta el punto de que también serviría «gurú», si el término no fuera ya de por sí caricaturesco. Por otro lado, no parece que la ausencia de liderazgo, tanto en el 15M como en la ley del aborto de Gallardón o la precariedad laboral, haya silenciado a los afectados por las políticas restrictivas. Desconozco el número exacto, pero las movilizaciones de los últimos dos años han sido tan numerosas que la policía ha tenido que hacer cursos acelerados en técnicas de disolución para ponerse al día. Ha habido mareas blancas, verdes, y de colores variopintos. Con un éxito irrisorio, tristemente, pero no todo ha sido fracaso o resignación, y el movimiento del barrio de Gamonal de Burgos, por ejemplo, se extendió a otras provincias ―así lo declaró la policía― gracias al residual 15M, que aún colea sin necesidad de que nadie lo lidere. ¿Y qué liderazgo cabe esperar en la ley del aborto? ¿Una Chichiolina que desplace al movimiento Femen? Contra el aborto han escrito magníficos artículos juristas y médicos, con argumentos que dejan la propuesta de Gallardón en pura obcecación administrativa, e incluso hay resquebrajaduras en las filas del partido gobernante, pero la mayoría absoluta tutela más por absoluta que por mayoría, y en ese absolutismo nos encontramos.

Respecto a la «inviabilidad» asamblearia del 15M, me parece apreciar un tono de secreta satisfacción en Veredas del que gustan de contagiarse algunos emergentes escritores. La asamblea disipa el nombre en la concurrencia, y así nadie es más que el que tiene al lado. La asamblea es válida en sí misma al diluirse en un número indeterminado; se entra y se sale de ella sin que se pueda establecer la exactitud de los integrantes. Esa falta de exactitud es muy molesta para el poder. Y es la base de una desobediencia que se autogenera en la negación, en la no aceptación a través de la imprevisibilidad, de lo que no se sabe cómo va a concluir. Las propuestas, sin embargo, son ya acciones políticas, regidas por la política dominante, que forman parte de la dialéctica del poder, y por tanto se mueven entre el triunfo y la frustración. Las asambleas son siempre válidas, aunque no lo sean sus resoluciones. De mismo modo que, como recordaba recientemente Juan José Millás, quien lee a Flaubert en su casa un sábado por la tarde es más peligroso que el que coloca silicona en la ranura de un cajero automático. La asamblea, al no transgredir la ley, tampoco la confirma, y por eso mismo es peligrosa, hasta el punto de que ya se encarga la política dominante, con la anuencia de los que creen en su propio nombre, de no facilitar su asentamiento. El nombre es hoy la enfermedad del escritor (del artista), y es el nombre lo que valora el mercado, no su obra. En una asamblea su nombre (su identificación) no vale nada. Y si los integrantes de una asamblea se dejaran llevar por la devoción al nombre (por el reconocimiento), ya no sería asamblea, y entonces habría liderazgo, o sea sometimiento a su criterio, no a la imprevisibilidad. Todo esto lo suple escandalosamente la «asamblea parlamentaria».

La demanda de Veredas, o más bien su queja de que los intelectuales «no salgan a la calle» ―¿para reproducir, a la moderna, el cuadro de la barricada de Delacroix, o al Sartre maoísta de sus últimos años?―, parece más bien una mezcolanza del hombre reflexivo y del activista, como si con ambos se concitara el ejemplar digno de emulación que Veredas echa en falta en su artículo. No obstante, olvida ―aunque no del todo, pues el artículo es una tentativa de hacerse oír― que hablar (como escribir) es también actuar, que respiramos aire semántico, y con esa respiración se conforma la conciencia. Y si hay conciencias resignadas, avasalladas o impotentes, también hay conciencias que se resisten a la desolación. Lo que diariamente publica El Roto, por ejemplo, ¿es una tímida protesta? Bien distinto es que el éxito social pertenezca a los corruptibles. Y no consigo ver de qué modo el liderazgo intelectual ―pero ¿cómo se puede desear semejante engendro?― podría sacarnos de la confusión. Y aún menos si, para seguir a la letra el dichoso artículo, ese intelectual tendría la altura moral de quien todavía se deja influir por sus progenitores con ese «Hijo, no te signifiques», donde Veredas señala que reside la causa ancestral de la falta de participación ciudadana. Quiero creer que algún espíritu atolondrado ha guiado la mano de Recaredo Veredas para perpetrar un artículo tan imprudente y desafortunado, pero aún es peor que ningún lector haya manifestado la mínima reprobación (¿o se deberá a que el autor del artículo es también el director de la revista?). Por cualquiera de los dos lados, ese síntoma sí es alarmante, no la falta de liderazgo intelectual.

Termino con unas líneas de Juan de Mairena, contrafigura de todo liderazgo: «Pensad que no siempre estoy yo seguro de lo que os digo, y que, aunque pretenda educaros, no creo que mi educación esté mucho más avanzada que la vuestra. No es fácil que pueda yo enseñaros a hablar, ni a escribir, ni a pensar correctamente, porque yo soy la incorrección misma, un alma siempre en borrador, llena de tachones, de vacilaciones y de arrepentimientos».

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Sobre Francisco Solano:

Francisco Solano, escritor y crítico, es autor, entre otros títulos, de La noche mineral (Debate, 1995), Bajo las nubes de México (Alba, 2001), Rastros de nadie (Siruela, 2006), La trama de los desórdenes (Bruguera, 2007).

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4 Comentarios

  1. Javier Gimeno
    03/02/2014 at 10:00 · Reply

    Leo ahora el artículo de Veredas a propósito de la respuesta de Paco Solano. Compartiendo las afirmaciones de Solano, no discrepo del todo, sin embargo, de Veredas porque, ciertamente, y por más que rebusco en la hemeroteca de mi parco repositorio, no hallo intelectual alguno de renombre que se hubiera destacado por su refutación del poder, salvo alguno que otro de cuya sapiencia ya sólo podemos disfrutar en sus legados, como son los casos de García Calvo, de José Luis Sampedro o del recién desaparecido Carlos París. Dicho esto, lo que yo me pregunto es si verdaderamente nos hace falta a los comunes mortales y víctimas de estos poderes absolutos la voz y la presencia de líderes intelectuales. Bienvenidos sean, en todo caso, si los hubiere, pero ciertamente creo que podemos defendernos sin ellos. Y sin líderes políticos o sociales. Ni Gamonal ni la sanidad o la limpieza madrileñas han requerido de unos o de otros para sus fines y sus éxitos. Otra cuestión es si necesitamos alguna mente lúcida y actuante capaz de consensuar las diferentes y distantes iniciativas de la calle con el fin de lograr algo constructivo capaz de derrocar estos poderes omnímodos y plutócratas en beneficio de los comunes mortales de a pie. Es decir, que el 15M, DRY, 25S, Mareas, PAH y un largo etcétera de movimientos, movidas, agrupaciones y demás puedan aunar sus fuerzas, su imaginación y sus ideas para llevarlas a la práctica desde las mismas instituciones okupadas con K por los verdaderos antisistema.

  2. 03/02/2014 at 11:40 · Reply

    En tema de los afectados por la hipoteca ha habido una persona, no sé si llamarle “líder” sería lo más correcto, pero que sí ha dado la cara y ha personificado la propuesta: Ada Colau.

    Cabría preguntarse si el éxito de sus reivindicaciones ha tenido algo que ver con el compromiso personal de esta señora. Yo diría que sí.

  3. Mamen Lozano
    03/02/2014 at 15:19 · Reply

    Estupenda réplica al murmullo.

  4. Javier Gimeno
    04/02/2014 at 11:42 · Reply

    Ciertamente, Ada Colau ha sido y es líder indiscutible de los afectados por las hipotecas, lo que no infiere necesariamente que el renombre de esta plataforma se deba a su liderazgo o a cualquier otro. O tal vez sí, pero lo cierto es que otras iniciativas han carecido de aquéllos, o al menos, no tan mediáticos: la marea blanca, Gamonal, etc., han adolecido de líderes tan destacados como Colau. Sea como fuere, creo que lo relevante no es tanto la existencia de liderazgo cuanto la importancia de un pensamiento crítico por parte de todos los afectados -todos nosotros- por estos poderes absolutos que padecemos de manera inmisericorde y abyecta. Y eso sólo se logra con la formación, la reflexión y el conocimiento. Vale decir, “sapere aude” kantiano, atrevámonos a pensar y a conocer para combatir, con o sin líderes, tanta ignominia. Dicho esto, plagio a Paco Solano su cita de Mairena.

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